Seguidores

sábado, 9 de diciembre de 2017

LA FAMILIA



Tengo una familia. Algo importantísimo. Algo muy muy esencial.

Desde siempre llevo una espina clavada, una espina que cada vez me ha hecho y me hace más y más daño.

Como bien digo, tengo una familia; pero, ¿ella me tiene a mí?, ¿me ha tenido?

Si triste es no contar con alguien cuando te encuentras en un pozo profundo, más triste (y eso lo aseguro y asevero rotundamente), más triste es que no te hayan tenido.

¿Qué he hecho para con ella? ¿Qué han recibido de mí? ¿me han tenido?
La respuesta en nada, es ausencia de respuesta pues no he estado ahí, no he sido nada.
Aunque sea tarde, aunque de nada sirva ya, quiero demostrar que estoy, que he cometido el más grave de mis errores y es el no valorar el tener familia. De siempre me he sentido diferente a ésta, como si no perteneciera, como que no encajaba y sentía odio y mucha ira. Y, en lugar de querer, odiaba, renunciaba a ella; en lugar de reflexionar, como ahora hago, qué hago yo, qué doy, ..., me sentía triste y abandonada por no sentirme comprendida en una familia en la que no encajaba, en la que la forma de expresarse no cuadraba con la mía, ni la forma de pensar, ni de sentir ...

Aseguro que es muy triste y angustioso demostrarte a ti misma que nada has hecho, que no te has interesado, que no te ha importado, cuando a la viceversa, ha sido al contrario. ¿Qué no fuera lo que yo quería o necesitaba? ... pero estaba. Yo, sí, he existido, he deambulado en una casa en la que nada he aportado ni he valorado.

Mi mundo ha sido yo misma. Sinceramente, ahora en mi madurez, siento haber sido medio o total autista. Mi mundo solo he sido yo y nadie más. ¡Qué triste es ver, observar, que no has sido para nadie, que no has sido, que, simplemente, has existido como un vegetal y no has permitido que la vida te llene. He sido algo cerrado a cal y canto.

Ahora, ya en mi madurez, siento el valor de la familia. Sobre todo, el valor de mi madre, su total apoyo y comprensión. Ahora, la vivo día a día, momento a momento; con terror a perderla, con terror al momento en que ella no esté y yo todavía exista. No. No puedo soportarlo. Ella es todo para mí. Es mi inmensa ayuda, alivio, medicina, comunicación, TODO. Sin ella, no comprendo mi existencia.

Y, por ello, dejo de lado mi terror y me sitúo en el presente, en el momento actual. Ella está con nosotros y, gracias a Dios, de manera saludable.

Y, es por ello, que la vivo, estoy con ella el mayor tiempo que puedo.

Con toda honestidad, no he sido buena hija; ni tan siquiera, merezco haber tenido una madre tan maravillosa como la que tengo.

También mi hermana es un pilar importantísimo en mi vida; alguien que jamás he sabido valorar por la visión con que vivía y estimaba mi presencia familiar.

Pero hay un hecho real: estamos, nos tenemos y, aseguro, que hago lo imposible por borrar de toda memoria las intolerables actitudes tan tediosas que he tenido y que ahora me avergüenzan.

No sé si algo he hecho bien, lo dudo la verdad. Sé que la reflexión me lleva a darme cuenta del inmenso valor de la familia y que no hay que hacer un problema donde realmente no hay.

Si algo está sirviéndome este viaje es para darme cuenta que hay problemas realmente graves que ignoro y que observo en los demás. 
Y que hay que valorar lo que hay y se es ahora. El pasado, no se puede ya modificar. Ya pasó. Ahora se puede decidir hacer algo diferente a como se hizo. Se puede cambiar de actitud. Se pueden limpiar las gafas que nos den una visión más nítida de la realidad.

No hay que poner problemas donde no los hay. Hay que ser consecuente y valorar las cosas buenas que se tienen.  Claro que siempre queremos mejorar, que se desea tener más y mejor. 

Pero si hago este viaje es, precisamente, para hacerlo sin prisa alguna, sin agobios y sin influencia ni interferencia que interrumpa búsqueda.

Por eso, paro cuando he de hacerlo. No hay prisa alguna. Lo que más me beneficia es percatarme de todo aquello que no he hecho y que todavía puedo hacer.

Ahora, que ya he descansado nuevamente y he anotado la importancia y el valor de la familia, puedo continuar sin mirar hacia atrás, solo hacia el presente.

Sigo mi viaje ... ¡no sé a dónde!

Rosa Mª Villalta Ballester