(imagen de mi autoría)
A ti, edad, me dirijo,
tú que cuanto más grande, se supone más sabiduría.
¡Alegría de nacer, de despertar una nueva vida! Entonces, nada se siente; o, al menos, no se recuerda. O, tal vez, intercede más adelante.
¡Dichosa buena niñez que goza de aquello que proporciona bienestar! ¡Ay de la infancia en que la desgracia acompaña!
Tras la niñez, una adolescencia puede que aprovechada o no, vivida o no al máximo, pues etapa que pasa rápido, aunque parezca que la adolescencia se tiene siempre.
Y esa juventud en la que se prueba, se experimenta, se asientan los valores de lo que pasará a ese ser adulto, etapa más calmada, sosegada, donde se experimenta, se vive de una manera muy diferente a las anteriores.
Y esa vejez que puede ser agradable o no, según las circunstancias.
Edades diferentes, circunstancias que marcan decisiones, sentires, pensares.
Edades deseosas, deseadas, rechazadas, ignoradas. Edad inolvidable, que marca una etapa; que se ignora, se olvida, por dejar una marca de dolor, de angustia, de temor.
Edad que no puede ignorarse, que ha de admitirse, asumirse, conocerse. Que se abre paso.
A ti, edad, te dedico esta carta porque no se te puede cambiar.
Rosa Mª Villalta Ballester