Hay que conseguir la calma, la serenidad, el poder conversar y no gritar; el poder escuchar y no solo hablar; el poder estar junto a ...; el saber que estás en este planeta por algo y para algo.
Si nos fijamos en el agua, jamás es la misma, no piensa, pasa, es.
No podemos pensar en qué haremos, qué seremos, cómo reaccionaremos.
Cada día hay un nuevo amanecer que jamás será el mismo que el anterior. No veremos dos amaneceres idénticos, ni dos mares que día a día estén igual, ni la lluvia que siempre sea igual.
Y si así lo creemos o percibimos será porque no percibimos o notamos cada uno de sus aspectos o perspectivas.
Pues con las personas pasa exactamente lo mismo. No podemos decir esta persona es así o asá. No podemos juzgar a nadie porque jamás sabremos al cien por cien cómo es esa persona o ese animal o ese ser.
Nos preocupamos por los aspectos más insignificantes, discutimos por nimiedades mientras dejamos pasar la vida, los momentos que podríamos difrutar.
De nada sirve llorar a alguien si en vida, no ha existido interés alguno, ni apego, ni consideración, ... ha ido pasando el tiempo y .... nos damos cuenta qué hemos perdido pero sobre todo a quién hemos perdido.
Hay que ser consecuente con los actos que hacemos porque somos nosotros y nosotras quienes decidimos hacer o no hacer. Fingir hacer o ser, a quien únicamente se engaña es a uno mismo o a una misma.
Seamos consecuentes con lo que pensamos y decimos y sepamos tener humildad y recapacitar porque, de lo contrario, nos convertimos en auténticos autómatas que hacemos las cosas sin pensar y eso es lo peor que le puede pasar al ser humano, animal racional.
Rosa María Villalta Ballester