El la deseaba con fuego y con premura;
ella parecía no interesarse, fría, distante.
Se fue acercando hasta posarse tras suyo
marcando su paquete y moviéndolo lento;
ella, que parecía no desearlo en ese instante,
sin volverse con sus manos envolvió su pene
masajeándolo y sintiendo su gran dureza,
sin resistirse a separarse, pegando su cuerpo.
El fue pasando su lengua por su cuello
mientras ella lo movía cada vez más rápido,
sin resistirse a liberar su ya ahogado falo,
que salió caliente a sus cálidas manos,
mientras posando hacia atrás su cabeza,
dejaba que su lengua humedeciera su ser
que no se resistía, que se dejaba ya ver,
mientras le quitaba el molesto sujetador
dejado sus pechos ardientes a flor de piel
masajeándolos todavia tras ella, pegado,
sintiendo ese su miembro duro y erecto
que de inmediato puso dentro de su boca,
agachada mientras él le agarraba su pelo,
y ella lo metía y sacaba enloqueciéndole.
No resistió más al ver sus tiesos pezones,
que, entre sus dientes, posaba, mordía,
mamando como cual bebé busca placer
llenando su boca, encendiendo su deseo,
mientras metía sus dedos en su vagina,
que casi al instante mojaba y lubrificaba
no pudiendo parar a probar la humedad
que sus labios vaginales le provocaban.
Así ella se retorcía y trababa de callar
pero sus gemidos, prueba de su éxtasis,
provocaban en él su cada vez más sed,
y su miembro, cada vez aun más duro,
provocaba meterlo en su boca otra vez.
Ambos se lamían sus caprichosos sexos
bebiéndose, relamiéndose, saboreándose,
y él no pudo resistir metérsela, sacársela,
esa vagina jugosa, excitante, provocadora,
donde jugar en ese escondite tan ardiente,
mientras ella la empujaba completamente
y masajeaba sus testículos intensamente
y él mordía sus pezones, locura absoluta,
hasta que su caliente esperma mezclado
con el flujo vaginal besado por sus labios.
Ella, que parecía no desear ese momento,
con su ardiente cuerpo se corrió con él;
y él disfrutó de la excitante experiencia
de provocar en ella un intenso orgasmo.
Rosa Mª Villalta Ballester.