(imagen de mi autoría)
¿Cómo alejar el ruido ensordecedor del miedo, de la angustia? ¿Cómo atrapar esos rayos de luz que dan energía, que provocan chispa?¡Cuánto deseo poder manejar la ira y la rabia generadas por algo que no provoco!
En este espinoso camino por la vida, en este asumir la responsabilidad de cualquier decisión o actuación realizada, son demasiadas mis paradas, ausente de cuanto en ella acontece.
Pierdo el rumbo, la orientación, la fuerza, el deseo, hasta el pensar; me domina una fuerza incontrolable destructiva hacia mí misma. Siento estar en un laberinto sin sentido, que no lleva a nada.
Y aun así, levanto la cabeza, miro al frente y continúo. Estoy en el presente.
Caminar, caminar, continuar. No perder el rumbo del motivo por el que inicié este viaje, este asumir la responsabilidad.
Son muchas las circunstancias ajenas a mi voluntad que no soy capaz de gestionar, que me provocan desespero.
Grito al viento, a la noche, al cielo, al infinito. Grito desde el más interno fondo de mi ser, como algo que desde allá quisiera salir. Me grito y mi interior no sonríe, se asusta de esa voz que le desarma, que le provoca caos, que se asusta del instante presente y se paraliza.
Y asumiendo responsabilidad grita a ese ser que no cese en el intento. Que no hay peor herida que curar que la rebeldía a continuar. Que ya hubo demasiadas etapas de la vida cuyas heridas ya no tienen cura, pues aquellos momentos que se pierden y no se viven, no tienen vuelta atrás.
Ahora asumiendo responsabilidad tiembla, sí, es como un terremoto en el que existen movimientos intensos; y que existe un inmenso desorden, caos, miedo; y que es posible esperar, quedarse quieta; pero todo temblor acaba. Y hay que actuar tras él. De nada sirve esperar y esperar, lamentarse y no hacer nada. Poder se puede. Es fácil quejarse y nada hacer; pero las consecuencias son nefastas.
Duele y enfurece sentir que la vida es una constante rebeldía que hay que lidiar. Y el miedo paraliza. Y la tristeza y el dolor no ayudan sino a meterse en un bucle del cual no salir.
Y es muy difícil salir del círculo vicioso, cuando se aleja la esperanza, el desorden, la inapetencia y sobre todo el deseo. Y no existe mayor mal que estancarse y más aún desear no vivir.
Y he gritado al deseo, le he clamado, le he rogado que me acompañe, que me acaricie, que me roce. Y he imaginado cómo sería una vida en el bienestar, en la serenidad.
La imagino y posiblemente la sueño; pero tras esa imaginación o sueño, la realidad vuelve a golpearme.
Rosa Mª Villalta Ballester